Eric siguió a Mia
hasta el sofá, y se sentó a su lado. No se dio cuenta de que sujetaba su mano
con demasiada fuerza, hasta que ella le dio un apretón para que disminuyera el
suyo.
-Eric lo que te
voy a contar lo sabe muy poca gente, no es algo de lo que me resulte fácil hablar.
Son recuerdos que no me gustan que salgan a la luz porque a pesar de que hace
muchos años, siguen haciendo daño a día de hoy. Quise habértelo contado cuando
nos conocimos pero sentí miedo de que tu visión de mi cambiara, ese miedo sigue
estando ahí pero me duele no ser sincera contigo, me duele que discutamos por
estas cosas.
-A mí también
cariño, yo solo quiero... entenderte.
Mia asintió.
-Lo sé, y lo
comprendo. La verdad es que no sé ni cómo empezar para que no suene tan...
trágico.
-Por donde te sientas
más segura.
-Eric mi madre, no
es mi madre. Para mí sí que lo es, pero biológicamente hablando no. Mis padres
se criaron ambos en una ciudad muy grande, cuando se casaron querían formar una
familia y no creyeron que aquel lugar fuera el mejor. Buscaron el lugar
perfecto hasta que dieron con él, pero por desgracia mi madre no se podía
quedar embarazada, lo intentaron año tras año, hasta que se rindieron. Hasta
que un día mi madre fue al médico creyendo tener la gripe y le dijeron que
estaba embarazada, no se lo podían creer al fin iban a ser padres. Nueve meses
después dos bebés nacieron.
-¿Dos? ¿Mellizos?
-Gemelas. –Aclaró
Mia.
-Mia no sabía que
tuvieras una hermana...
-No la tengo.
Déjame continuar, por favor. –Eric asintió.- Mis padres no cabían en sí de
gozo, pero con el paso de los meses se dieron cuenta lo difícil que era cuidar
de dos niñas a la vez, aun así lo hacían día tras día encantados. Con el paso
de los años la relación de mis padres se fue haciendo más tensa, las cosas en
el trabajo no iban muy bien y eso afectaba en casa y discutían más a menudo. Un
día estuvieron toda la mañana discutiendo, y nosotras desde arriba lo
escuchamos todo, no queríamos bajar a ver qué pasaba nos daba miedo. Pero por
la tarde mi padre sorprendió a mi madre con un regalo, un vale para una especie
de balneario, para el día siguiente. Y así fue, a nosotras nos dejaron en casa
de nuestra vecina, ella era algo más joven que nosotros ahora, creo que tenía
unos dieciocho años. Ella nos cuidaba muy bien, no era la primera vez que lo
hacía. Ya sabía que yo era la traviesa y Helen la más tranquila de las dos.
Aquel día Helen se cayó por mi culpa estábamos jugando y sin querer la empujé y
se cayó, recuerdo que se hizo mucho daño. Así que mi vecina y ella se metieron
en casa para curarla, yo me quedé fuera porque me sentía culpable por haberle
hecho daño. Me quedé quietecita como me habían enseñado, pero...
Mia se quedó sin
aire al recordar lo que ocurrió después, lo que llevaba viendo durante tantos
años en sus sueños, ahora tenía que contárselo a Eric y no sabía cómo hacerlo
sin hundirse.
-Todo pasó muy
rápido, la casa empezó a arder como si nada, yo me quedé quieta esperando a que
ellas salieran pero no lo hacían. Yo tenía miedo, no...
Eric abrazó a Mia
al comprender todo lo que intentaba decirle.
-Tranquila Mia.
-Hay más.
-¿Más?-Mia
asintió- Otro día cariño, no hace falta...
-No. Por favor
déjame seguir, no sé si otro día podré volver a empezar. –Eric asintió,
sabiendo que no la haría cambiar de opinión.- Nadie salió de la casa. A mí me
agarraron por detrás, era la madre de mi vecina, acababa de llegar y estaba
viendo lo que sucedía a mi lado sin poder hacer nada. Al rato llegaron los
bomberos y la policía, consiguieron apagar el fuego, pero... no había
supervivientes. Mi hermana y mi vecina habían muerto en el incendio. Cuando mis
padres se enteraron de todo estaban destrozados, no dejaban de llorar y yo me
sentía culpable. Podría haber entrado a salvarla o a buscarla, ella era la
lista, ella era mejor que yo. Había sido mi culpa, si yo no la hubiera empujado
sin querer ella no hubiera... –Mia paró intentando tranquilizar sus emociones.-
Cuando... cuando pasó un tiempo mis padres no lograron sobreponerse, decían que
yo les recordaba mucho a ella, que no podían mirarme sin recordar lo sucedido,
que debían tomarse unas vacaciones hasta superar lo de Helen. En su día no
entendí lo que querían decir, solo sé que me dejaron con Linda y me prometieron
que volverían a buscarme en unos meses. El tiempo pasó y nadie apareció. Linda consiguió
mi custodia sin problemas, mis padres no quisieron saber nada de mí tras lo
ocurrido, y así fue como se convirtió en mi madre.
-Mia...no...No sé
qué decir.
-No tienes por qué
decir nada Eric. El día del incendio perdí a mi hermana y a mis padres, pero
Linda me crio, me dio una vida y siempre se lo agradeceré. No sé qué habría
sido de mí si no hubiera sido porque ella me acogió. Ella era viuda, perdió a
su marido muy joven y no llegaron a tener hijos.
-¿Cuántos años
tenías?
-Seis. Han pasado
ya muchos años y aun así todavía duele.
-Cariño es normal.
Eras muy pequeña, eres demasiado fuerte.
Eric cogió a Mia
de las manos y la guio hasta conseguir que se sentara sobre sus rodillas, la
abrazó lo más fuerte que pudo. Quiso consolarla pero sabía que nada de lo que
pudiera hacer la haría sentir mejor.
-Eric... –Susurró
ella junto a su cuello.
-Dime.
-Mis pesadillas...
veo cada noche el fuego, se me olvida quien está dentro es como si no lo
recordara, pero veo la casa arder noche tras noche. Desde aquel día nunca
duermo bien, por eso me levanto como me levanto cada mañana.
-Gracias por
contármelo Mia, significa mucho para mí.
Y así se quedaron
hasta que vieron caer el sol. Ninguno de los dos volvió a abrir la boca, no
querían romper aquel momento. Ya habían hablado suficiente. A pesar del dolor
que sentía Eric por su chica, por saber el calvario que había pasado, se sentía
la persona más feliz del mundo. Al fin había conseguido que ella confiase en
él, ahora debía averiguar cómo conseguir que ella también consiguiera ser
feliz, junto a él.
**
Marie esperaba
ansiosa a que su amiga saliese de casa. Normalmente solían quedar para ir
juntas a la universidad, pero desde aquella pequeña discusión, Mia no la había
llamado. Pero ella necesitaba hablar con ella y disculparse por haber sido tan
dura.
-¿Espiando?
La voz de Eric en
su espalda hizo que Marie resbalase y acabase en el suelo. Eric enseguida la
cogió para ayudarla a levantarse. Intentó disimular su sonrisa, pero no lo
consiguió.
-Perdona, no
quería asustarte.
-Eric, ¿Qué haces?
Casi me da un infarto.
-Bueno la pregunta
sería que haces tú aquí escondida. Me iba a clase cuando te he visto, y me
pareció gracioso asustarte por detrás.
-Sí, muy gracioso.
-Hola.
La voz de Mia en
su espalda hizo que se pusiera tensa. Se volvió para devolverle el saludo y
cuando la vio sonreír todas sus preocupaciones por la discusión del otro día se
disiparon.
-Bueno, yo me voy
que al final llego tarde.
-¿Qué haces aquí?
-Vine a buscarte,
yo quería disculparme.
-Espera. Déjame
hablar a mi primero ¿vale?- Marie asintió incrédula, ¿Aquella era su amiga?- No
hace falta que te disculpes, todo lo contrario, tengo que ser yo quien te pida
perdón. El otro día tu solo intentaste hacerme ver la realidad. Estaba obcecada
en no contarle nada a Eric, por el miedo de que cambiara su actitud hacia mí,
pero el otro día lo hice, le conté la verdad.
-¿Enserio? ¿Le has
dicho la verdad?
-Bueno, no toda.
-Mia, ¿Qué verdad
le has contado?
Mia empezó a
caminar.
-Bueno sabe lo de
mi hermana y lo de mis padres.
-¿Y las
pesadillas?
-Le he dicho que
solo son recuerdos.
Marie resopló a su
lado, cogió a su amiga del brazo y la detuvo.
-Mia escúchame, el
otro día estuve con un amigo, es profesor de la universidad de psicología. No
le dije quien eras, pero hace tiempo que sabe tu historia. Y antes de que te
enfades, él es quien me ha estado ayudando todo este tiempo contigo.
-¿Por qué has
hecho eso?
-Porque no sabía a
quién recurrir Mia, yo solo sé lo poco que he leído en libros y él es un
psicólogo reconocido. Me dijo que te insistiera en que hablaras con él, que él
podría ayudarte. Mia él no puede ejercer como médico solo quiere ayudarte
como... mi amigo. Piénsatelo por favor.
-De acuerdo, lo
pensaré, pero vámonos a clase o llegaremos tarde.
**
Eric no conseguía
concentrarse en ninguna de las clases que tenía ese día. No dejaba de darle
vueltas a la confesión de Mia. No lograba comprender como sus padres la
abandonaron después de todo lo que había sucedido con su hermana. Cada vez que
lo recordaba su cuerpo entero se tensaba, solo de pensar en lo que tuvo que
sufrir le daban ganas de buscar a los padres biológicos de Mia para darles su
merecido, pero aunque eso pudiera hacerle sentir más reconfortado durante unos
minutos, sabía que luego se arrepentiría. Él no era así, él jamás había sido
violento, pero quería a Mia por encima de todas las cosas. Ella en todo este
tiempo había conseguido descongelar su corazón, su madre siempre le decía que
acabaría solo si no cambiaba su forma de ser, pero entonces llegó Mia. Todo
cambio por completo, después de tantos años viajando se dio cuenta de que al
fin podría haber encontrado un lugar donde quedarse, donde hacer su vida, y
quizás incluso dentro de unos años tener una familia, pero en todos sus sueños
solo veía un rostro conocido, el de ella.
Cansado de perder
el tiempo intentando entender lo que el profesor se esmeraba por explicar,
guardó sus cosas en silencio y sin llamar la atención salió de clase. Mientras
caminaba por los pasillos de la universidad recordaba palabra por palabra lo
que Mia le había contado, no habían vuelto a hablar de ello. Quería entenderla,
comprender el dolor que sentía, pero por mucho que se lo imaginase él era hijo
único y sus padres a pesar de tener sus cosas, eran buenos padres.
La historia de Mia
también le hizo comprender muchas cosas, Linda había criado a Mia desde que sus
padres tomaron la decisión de abandonarla, y ella intentó por todos los medios
hacerla feliz. Por eso cuando la conoció vio el amor en sus ojos, vio cómo se preocupada
por ella, como la trataba. A pesar de que no las unían lazos de sangre, se veía
que entre ellas había mucho más que una relación de madre e hija. Aquel
pensamiento alegraba a Eric, suponía que Mia no lo había pasado bien, pero
pensar que aquella mujer la había cuidado y la había querido como su padres no
supieron hacer, le reconfortó.
Andaba distraído
por los pasillos cuando se encontró con su primo, este al ver la cara que
llevaba no dudó ni un momento en ir a ver lo que le sucedía.
-¡Eh! ¿Estás bien?
Le había prometido
a Mia que guardaría su secreto, así que no le quedó otra que mentirle a su
primo:
-Sí, solo pensaba
en el examen de mañana.
-Eric, tu apruebas
hasta con los ojos cerrados, no entiendo a qué viene ahora tanta preocupación.
¿Has discutido otra vez con Mia?
-Que va, estamos
genial. De hecho voy a buscarla ahora, quiero invitarla a tomar algo, ¿Te
vienes?
Kristian rio, y
Eric lo imitó.
-¿Y estar de
sujeta velas? No gracias primito, además si tardáis unas horas mejor, así las
aprovecho con mi niña que últimamente dice que la tengo abandonada.
-Está bien, me voy
no quiero llegar tarde.
Se dio la vuelta
dispuesto a salir corriendo si hacía falta para llegar junto a ella lo antes
posible.
**
Mia y Marie
salieron poco después de que el timbre anunciara el final de las clases. Los
pasillos estaban llenos de alumnos que corrían desesperados por llegar a casa.
Caminaban como podían, intentando apartar a la gente que estaba bloqueando el
paso.
De pronto la gente
desapareció, los pasillos de la universidad quedaron atrás, y Mia no lograba
ver a su amiga.
Estaba en un
edificio abandonado, las paredes y el techo estaban medio reducidos, lo poco
que quedaba en pie estaba cubierto hollín y ceniza. Estaba claro que aquel
edificio había pasado a mejor vida hace unos años.
Escuchó pasos
detrás de ella, pero no se volvió, esto debía ser otras de sus pesadillas y no
quería verla. No podría soportar volver a sentir como la miraba, o el desprecio
con el que la hablaba. Si fingía no verla quizás no la vería. Al fin y al cabo
todo aquello era un sueño, su sueño, y ella decidía como manejarlos.
Caminó por los
pasillos de aquella estructura buscando la salida cuando escuchó unas risas a
través de una puerta. Se asomó intentando no ser vista y vio a una niña pequeña
sentada en el suelo jugando con lo que parecía ser una muñeca de trapo. Hablaba
sola y reía de vez en cuando de sus propias ocurrencias, estaba claro que esa
niña no necesitaba la ayuda de nadie para pasarlo bien.
De repente aquella
niña volvió su cabeza hacia la extraña que la miraba por la puerta. Mia se
asustó al ver de quien se trataba, no podía ser.
-¿Mia? ¿Eres tú?
No. No. No.
No podía ser ella.
-¿Mia? ¿Has venido
a buscarme?
Mia fue caminando
hacia atrás huyendo de aquella niña, hasta que no pudo más y dio con la pared.
La niña caminaba en su dirección. Tenía que huir de allí, tenía que salir
corriendo, pero no podía alejar los ojos de aquella niña.
Aquella niña era
la viva imagen de su hermana.
Todo pasó
demasiado deprisa, la puerta se cerró sin más delante de sus narices.
-Mia, tienes que
ayudarme. Por favor hermana, ayúdame... ¡Sálvame!
Aquello la sacó de
su bloqueo, fuese o no otra de sus pesadillas Mia debía ayudar a su hermana, se
movió lo más rápido que pudo para intentar abrir la puerta, pero esta no cedía.
Al otro lado se oían los sollozos de su hermana y como esta le suplicaba una y
otra vez que no la abandonase. Mia no podía dejar de llorar, no podía abrir
aquella puerta, lo estaba intentando todo.
De pronto los
llantos se callaron y el forcejeo de la puerta desapareció.
-¿Helen? Escúchame
te voy a sacar de aquí ¿vale?
Pero no obtenía
respuesta, siguió forcejeando con la puerta mientras con la mirada buscaba
cualquier cosa que le fuera útil para poder hacer palanca, hasta que sus ojos
se fijaron en ella.
“-Por mucho que lo
intentes no vas a conseguir nada.”
Apartó corriendo
la mirada de aquellos ojos. Debía ayudar a su hermana a salir de allí y
llevársela lo más lejos que pudiera de aquella chica.
“-Mia ya te dije
que tenías que ayudarme. Y ahora te he dado una razón por la que hacerlo, tu
hermana...”
**
Eric llegó al
salón tras dejar a Mia en la cama descansando.
-¿Cómo está?
-No lo sé, no ha
dicho nada desde que la trajimos de la universidad, solo llama a su hermana.
¿Qué ha pasado?
Marie tampoco
entendía lo que había ocurrido horas antes. Ella se encontraba junto a su amiga
cuando se percató de que esta se había caído al suelo desmayada. Menos mal que
muy cerca de ellas andaba Eric, que al ver la aglomeración de gente no dudó en
acercarse a ayudar. Cuando vio que la persona que estaba en el suelo con los
ojos en blanco era Mia, no tardó en reaccionar. La cogió en brazos y se la
llevó lo más rápido que pudo a casa.
-No lo sé, fue muy
rápido. Yo estaba hablando con ella cuando se desplomó y empezó a decir cosas
extrañas.
Eric se llevó las
manos a la cabeza. Mia le había contado su pasado, pero estaba claro que le
había mentido acerca de sus pesadillas. Si tan solo fueran recuerdos como ella
le hizo creer, ¿Qué fue lo que ocurrió aquel día que llegó con su primo a casa?
O ¿Por qué se había desmayado hoy en la universidad? Había algo más, algo que
le ocultaba.
Marie lo
observaba, veía la frustración en su rostro. Anhelaba poder contarle todo lo
que sabía, poder hablar con él hasta llegar a una solución, pero Mia se lo
había hecho prometer esa mañana. Según ella ya tenía bastante que asimilar con
lo que le había contado de su pasado.
-Hola...
Les sorprendió
mucho a ambos ver a Mia, pálida como el yeso, apoyada en el marco de la puerta.
Eric no lo dudó y fue corriendo hacia ella, la ayudó a llegar hasta el sofá.
-¿Cómo estás?
–preguntó Marie.
-Bien, solo ha
sido una bajada de azúcar... Me he agobiado con tanta gente en el pasillo, ya
sabéis que a mí los sitios pequeños con tanta gente me saturan. Eric, ¿Podrías
traerme un té?
Eric asintió, al
poco desapareció en la cocina.
-Marie...
-Lo sé, ¿Me vas a
contar la verdad?
Mia miró hacia el
pasillo, y habló lo más bajó que pudo para evitar que Eric la pudiera escuchar.
-Ha sido horrible.
-¿La has vuelto a
ver?
Mia asintió, pero
antes de que su amiga preguntase más, ella empezó a explicarse:
-Pero esta vez ha sido
diferente, esta vez a quien tenía que ayudar no era a ella... era a mi hermana.
Marie saltó del
sillón donde estaba sentada y fue junto a su amiga a consolarla.
-Mia escúchame,
está claro que esto se queda lejos de ser unas simples pesadillas, tenemos que
hacer algo.
Mia asintió entre
sus brazos.
-¿Puedo ir a ver a
tu amigo?
Marie sorprendida
por aquella pregunta la abrazó más fuerte todavía, estaba contenta porque por
fin su amiga hubiera entrado en razón y a la vez orgullosa, después de tantos
años Mia iba a hacer frente a sus miedos.
-Claro que sí,
cuando tú quieras.
**
Al día siguiente
Mia no volvió a mencionar lo ocurrido en la universidad. Estaba nerviosa, o más
bien asustada, esa misma tarde iba a encontrarse con el amigo de Marie.
Estaba cansada de
huir de los problemas, llevaba catorce años haciéndose creer que tan solo eran
malos sueños, recuerdos que volvían una y otra vez a ella. Pero estaba claro
que tanto el incidente de hace semanas y aquel mareo, iban más allá de ser unas
simples pesadillas.
Ese día no fue a
clase, no se veía con las fuerzas suficientes de enfrentarse a sus profesores y
a sus largas explicaciones acerca del funcionamiento de las leyes. En cambio
prefirió caminar por la ciudad.
Recordaba que sintió
el primer día que llegó a Bergen. Ella acostumbrada a vivir en un pueblo
rodeado de montañas, cuando llegó se sintió algo agobiada. Aquello era una
cuidad, en la cual podía caminar sin que la gente susurrase tras su paso, en la
cual podía pasar desapercibida si así lo deseaba. Bergen era una ciudad
preciosa, desde el primer momento Mia se dio cuenta de que había hecho lo
correcto. Después de tantos años sintiéndose observada en su pueblo, mudarse a
una gran ciudad le pareció la mejor salida, la mejor forma de empezar una nueva
vida.
Tras caminar
durante varios minutos llegó al barrio histórico de Bryggen, siempre le
encantaba ir ahí desde que supo lo que aquel muelle escondía. Hacía meses Eric
le contó que aquellas casas que ahora miraba con adoración, llegaron a arder en
varias ocasiones. Pero que por alguna razón tras los accidentes siempre las
volvían a reconstruir, incluso algunas de ellas conservan todavía los cimientos
de las primeras casas construidas muchos años atrás.
Adoraba aquella
historia porque se veía reflejada en ella.
La vida de Mia al igual que aquellas casas se había desmoronado por culpa
de un incendio, solo quedó una estructura, un cuerpo sin alma. Con la ayuda de
su madre poco a poco fue superando la pérdida de su hermana y el posterior
abandono de sus padres, pero todo era una fachada. En su interior todavía
sentía el dolor por la muerte de Helen y la ira por la marcha de los que fueron
algún día sus padres. Al igual que aquellas casas, ella tenía gente que la
había ayudado a mantenerse en pie para hacer frente a los problemas de la vida.
Su duda siempre era la misma, ¿Llegaría algún día a ser feliz? ¿Podría algún
día borrar todo el dolor y vivir su vida? Muchas eran las preguntas que Mia
tenía en la cabeza, pero que solo el tiempo podría responder.
Miró por última
vez aquellas casas antes de darse la vuelta, tenía una cita y por muy poco que
le gustase la idea no quería llegar tarde.
**
Cuando llegó a la
universidad de psicología, algo en su estómago se encogió, empezó a sentir como
todo su cuerpo temblaba. Todavía sentía que podía dar marcha atrás, podría
darse la vuelta y correr hasta casa. Pero algo en su interior le daba fuerzas a
seguir adelante, le había prometido a su amiga que asistiría a aquella cita y
debía hacerlo.
Entró en la
facultad justo cuando los últimos alumnos salían de las aulas, siguiendo las
indicaciones que Marie le había dado la noche anterior llegó a la zonas de los
despachos. Con miedo caminó por el largo pasillo hasta llegar a su destino.
“Despacho 1134,
Profesor Kirk Peterson”
Con mano
temblorosa llamó a la puerta.
-Un momento.
–gritó alguien al otro lado de la puerta.
Mia retrocedió
hasta sentir la pared en su espalda, sentía que debía apoyarse en algún sitio
si no quería caerse al suelo. Estaba nerviosa, era la primera vez en años que
iba por cuenta propia a visitar a un especialista.
Hace años, cuando todo
ocurrió, el propio colegio aconsejó a Linda que llevase a Mia a ver al
psicólogo del colegio, y esta accedió. Mia jamás hizo caso a nada de lo que
aquella doctora le decía, esta insistía en que con más sesiones conseguirían
mejores resultados, hasta que un día se dio por vencida y llamó a Linda para
decirle que Mia estaba bien, y que no necesitaba más sesiones.
Ahora ya no era
una niña y no estaba ahí su madre para protegerla.
La puerta se abrió
y un chico de su edad salió mientras se reía. Se paró a mirarla un instante y
después de recorrer su cuerpo de arriba abajo le guiñó un ojo y se marchó.
Pocos segundos
después un señor no muy mayor se asomó a través de la puerta. La vio apoyada en
la pared y sujetándose con fuerza al marco de la ventana. Pudo ver el miedo en
sus ojos.
-Tú debes de ser
Mia ¿verdad?
La boca de Mia
estaba totalmente seca, se limitó a asentir.
-¿Por qué no
pasas? Seguro que estarás más cómoda en el sillón.
Dicho aquello el
profesor Peterson le sonrió y se apartó de la puerta para dejarla pasar. Mia
indecisa empezó a caminar torpemente hasta entrar en el despacho. Escuchó como
el profesor cerraba tras ella la puerta y caminaba hacia donde ella se
encontraba.
-¿Quieres tomar
algo? ¿Un té?
Mia negó con la
cabeza. Vio el sillón y fue a sentarse, debía hacerlo si no quería volver a
desmayarse.
Desde su posición
vio como el profesor llenaba de agua la jarra para poder hervirla.
-No sabía que los
profesores tuvieran hervidores de agua.
El profesor
conocía muy bien a Mia a través de los ojos de Marie, sabia como debía actuar
si quería que aquello funcionase. Debía mostrarle que podía confiar en él,
antes de indagar en su dolor.
-Y no los tienen,
pero si te pasas días enteros aquí necesitas fuerzas para poder con el trabajo,
¿no crees?
Mia asintió. El
profesor tras dejar la máquina encendida fue a sentarse en el sillón que estaba
en frente de Mia. Era la primera vez que no sabía cómo empezar una
conversación, no quería asustarla, no quería que se marchara sin ayudarla. No
sabía que temas eran demasiado fuertes para ella, debía andarse con pies de
plomo, debía tener cuidado y medir bien sus palabras si quería que aquello
saliese bien.
-¿Te encuentras
bien? –Mia volvió a asentir.- Me alegro de que aceptaras mi oferta, Marie es una
gran amiga y está muy preocupada por ti.
-Lo sé, si estoy
aquí es por ella.
-Me alegro de que
empecemos a hablar. ¿Quieres que te vaya preguntando yo o prefieres contarme tú
lo que quieras?
Mia lo pensó
durante un momento, ¿realmente quería contarle a aquel desconocido todo lo que
le sucedía? ¿Podría confiar en él?
El pitido de la máquina
informó de que el agua ya había alcanzado la temperatura deseada, el profesor
se levantó y sacó de un pequeño archivador dos tazas, y preparó dos tés. Al
llegar de nuevo a los sillones, dejó una de las tazas en la mesa que tenía Mia
al lado.
-Quizás después si
necesites un té.
El profesor sonrió
mientras se volvía a sentar y esta vez Mia no pudo evitar devolverle la
sonrisa. No tenía pinta de ser mala persona, hasta ahora estaba siendo bueno
con ella, la última vez que estuvo en un psicólogo, esta no dejó de atosigarla
a preguntas sin importarle como se encontraba.
-Gracias. –Suspiró
y sin darle más vueltas al tema empezó a hablar.- Supongo que ya sabe porque he
venido ¿no?
-Sí, Marie me ha
mantenido informado, espero que no te moleste.
-No, supongo que
no. Como usted bien ha dicho solo estaba preocupada por mí.
-Mia por favor no
me trates de usted. Una de las razones por la que quiero que estés aquí es
porque sientas que puedes confiar en mí. Yo no soy médico, por lo tanto
prefiero que me tutees, y me llames por mi nombre, ¿de acuerdo?
-Claro.
-Bien. – la volvió
a mirar, desde pequeño había aprendido a observar a la gente, ver como
reaccionaba ante diversas situaciones. En aquella chica no vio a una niña de
veinte años como cuando hablaba con Marie, en sus ojos vio el miedo y la
tristeza. Por su aspecto físico se podía afirmar que el poco descanso y el
estrés le estaban pasando factura, ahora entendía porque Marie había recurrido
a él tantas veces. - ¿Cómo te encuentras?
Aquella pregunta
sacó a Mia de sus pensamientos, había estado recorriendo con la mirada el
despacho. Nunca pensó que aquella conversación empezaría con esa pregunta.
-¿Tengo que ser
sincera no?
Kirk no pudo
evitar reírse, a pesar del aspecto de aquella chica, pudo darse cuenta que su
personalidad a veces daba señales de lucidez.
-Bueno se supone
que has venido aquí a serlo. Podrías mentir pero no ayudaría mucho ¿no crees?
Mia asintió
avergonzada.
-Pues... no muy
bien.
-¿Prefieres que
empecemos hablando de lo sucedido hace unos días o que empecemos mejor desde el
principio?
Mia miró a Kirk,
intentaba descubrir porque era tan amable con ella, le estaba dejando en todo
momento decidir cómo llevar aquella conversación. Estaba claro que su amiga
tenía razón.
-Supongo que por
el principio.
-Está bien, ¿Cómo
te sentiste cuando sucedió lo de tu hermana?
Mia guardó
silencio, sabía que ir allí sería doloroso, removería temas que jamás tocaba
por miedo a no poder contener sus emociones. Pero ahora se daba cuenta de que
si quería solucionar lo que le ocurría, debía abrir su corazón, debía abrirlo
al dolor y dejar salir todos los sentimientos que tenía enterrados en él.
-Mal... Ella lo
era todo para mí, mucho más que mis padres. Éramos uña y carne... yo no hacía
nada si ella no estaba a mi lado. Cuando... cuando se fue... yo...
-¿Te sentiste vacía?
¿Sola?
Mia asintió, era
incapaz de hablar de ello sin llorar. El
profesor se dio cuenta de cómo el gesto de la chica había cambiado por completo
y preocupado preguntó:
-¿Estás bien?
-No. Pero he de
hacer esto.
-De acuerdo. Mia
es normal que en ese momento te sintieras así, de hecho perder a un ser querido
nos debilita, nos hace más sensibles a cualquier cambio en nuestra vida. Si
encima hablamos que la persona fallecida fue tu hermana gemela, el golpe es
mayor. Pero tus problemas no solo son causa de aquel terrible accidente. Hay
que añadir el abandono de tus padres. ¿Qué te hizo sentir aquello?
-No lo sé, en su
día pensé que de verdad iban a regresar. Pero... no lo hicieron.
-¿Y que sientes
ahora hacia ellos?
-Ira, odio, no sé.
Hay veces que pienso en ellos pienso que van a volver a buscarme... pero luego
recuerdo lo que hicieron...
.- Esos
sentimientos son del todo normales. Hay que ponerse en tu lugar, eras una niña
de seis años que vio como la casa en la que su hermana estaba, estallaba en
llamas y luego vio como sus padres por miedo a no poder superarlo la
abandonaron. Si no sintieras ira hacia ellos Mia no serias humana.
Mia asintió.
-Mia una de las
razones por las que estas así es por todo el cúmulo de sentimientos que tienes
en tu interior. Perder a un ser querido para un niño es muy difícil, tu tuviste
que asumir la muerte de tu hermana en tan solo unos días, para luego tener que
asumir la partida de tus padres. Cuando se es pequeño y estos sentimientos no
se tratan como es debido dejan secuelas en la vida adulta.
-¿Qué quiere
decir?
-Quiero decir que
todo lo que estás pasando es normal. Por lo que se tu madre de acogida en vez
de profundizar en todo lo que ocurrió prefirió intentar evadirlo, supongo que
pensaba que esa era la mejor solución. Pero eso puede funcionar con un adulto,
no con un niño. Los niños no saben distinguir lo vivo de lo muerto, y cuando tú
esperabas que tus padres volvieran, no esperabas solo su regreso sino también
el de tu hermana. Ver que eso no sucedía hizo que el sentimiento de soledad
creciera con el paso del tiempo.
-¿Y mis
pesadillas?
El profesor se
quedó mirando a los ojos de Mia, no sabía cómo contestar a aquella pregunta.
Desde que Marie le contó lo que le sucedía a su amiga, para él siempre había
sido un misterio. Quería contestar, pero debía buscar las palabras adecuadas...
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